Antonio García Santesmases*
Es conocida la afirmación
de Ortega de que el gran problema para la filosofía de su tiempo venía del
imperialismo de la física. Ortega hablaba así en 1.929: “ … la vida intelectual
ha padecido durante casi cien años lo que pudiera llamarse el terrorismo de los laboratorios. Agobiado
por tal predominio el filósofo se avergonzó de no ser físico. Como los
problemas genuinamente filosóficos no toleran ser resueltos según el modo el
conocimiento físico, renunció a atacarlos, renunció a su filosofía
contrayéndola a un minimum, poniéndola humildemente al servicio de la física”
Invito al lector a que
sustituya Física por Economía y Filosofía por Ciencias sociales y podrá
observar hasta que punto el Tema de
nuestro tiempo( por seguir con Ortega) es el absoluto predominio de los
economistas a la hora de analizar los problemas sociales. La diferencia entre
la atención que la opinión pública, y la opinión publicada ,dedica a la opinión
de los expertos en política económica
frente a las reflexiones
aportadas por sociólogos, politólogos, o historiadores es realmente impresionante. No se puede decir
que los medios no dediquen atención a las consideraciones de todos estos
científicos sociales pero su aportación es minúscula en contraste con los
juicios que emiten las distintas escuelas del pensamiento económico. Por este
camino no es extraño que la crisis económica vaya unida a una crisis de
confianza que va aumentando por momentos. No es ya que no se acabe de ver
la fiabilidad científica de la economía
es que, aun en el supuesto de que el diagnóstico gozara de credibilidad, se ha
perdido toda perspectiva global a la hora de enjuiciar los problemas.
El lector de los medios asiste apabullado
a una cantidad ingente de información acerca de la competitividad económica, el
déficit, la prima de riesgo, la deuda pública, la política fiscal, los
eurobonos, la reserva federal, o el rescate. Pasada la avalancha económica,
pasa a las páginas de sociedad donde se encuentra a menudo con un cantante, una
actriz, o un novelista, al que se pregunta acerca del mundo actual y de los
valores que lo rigen. De la avalancha económica pasamos a una efusión
sentimental incontrolada donde los artistas más variopintos dan cuenta de sus
buenos sentimientos, y muestran su repulsa al mundo existente, sin ofrecer-
como es natural- ninguna salida a la situación.
Entre los economistas que
imponen la doctrina y los artistas que dan rienda suelta a sus sentimientos se
encuentra los políticos que ya no saben que decir porque lo único claro es que lo que
dijeron ayer ya no vale hoy; que las
promesas con las que ganaron las
elecciones deben ser olvidadas para atender a las nuevas obligaciones impuestas
por los mercados. Entre el imperialismo “científico” de los primeros, la
efusión sentimental de los segundos y la impotencia de los terceros se está
produciendo, ante nuestros ojos, un
cambio de época donde día a día se está naturalizando el espanto.
Como éste se va difundiendo por
doquier, como ya no hay quien pueda negar las consecuencias sociales del paro,
la pérdida de la cobertura de desempleo, el copago sanitario, la subida de las
tasas académicas, el aumento de la pobreza o el incremento de la exclusión social,
asistimos a una ultima forma de imperialismo : los mismos que no fueron capaces
de predecir la crisis, los que se acomodaron al dictado de los mercados, se
lanzan a hablar de todo lo que no saben, con absoluta y total alegría. Uno no sabe si admirar más su prepotencia o su
ignorancia.
Así tenemos a sesudos
economistas escribiendo que estamos a un paso de volver a los años
treinta; al día siguiente otros economistas nos comunican que hay que despedirse definitivamente
del Estado nación y de la soberanía, para concluir con los que afirman que el sueño europeo se ha esfumado
definidamente y que hay que aceptar que
hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.
Si el que hablara, en
lugar del economista imperial, fuera un historiador medianamente sensato probablemente nos diría que hay grandes
diferencias entre un mundo en el que el
comunismo era una amenaza para el orden liberal y un mundo en el que el
capitalismo se ha quedado sin enemigo. Por tanto argüir que estamos en una
situación parecida a la de los años treinta, sin tener en cuenta este dato
fundamental parece una afirmación cuando menos arriesgada: ¿cómo vamos a repetir el siglo de los
extremos si uno de los extremos ha desaparecido?
En relación al Estado y a la
soberanía cualquier politólogo solvente nos diría que es difícil pensar que pueda
subsistir la democracia si se transfieren la soberanía a un orden económico no
democrático. La democracia dentro del Estado nación es limitada, escasa o
reducida, pero fuera, hoy por hoy, es
inexistente. Por ello asumir, sin más, el diagnóstico del economista imperial que nos habla de la necesidad de abandonar
cualquier ilusión de autonomía en un mundo globalizado, significa simple y
llanamente cavar la propia tumba.
Vayamos con el tercer mensaje;
un mensaje que nos repiten un día sí y
otro también: “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” La pregunta
de cualquier sociólogo es obvia: ¿quién ha vivido de una forma desmesurada?; ¿todos?;
¿ unos más que otros? Cualquier analista social
trataría de contestar a esta pregunta analizando la evolución de la
riqueza y de la pobreza en el mundo actual. Estaría interesado por conocer el incremento patrimonial de grandes
propietarios que lanzan al paro a profesionales, empleados y trabajadores
porque, a su juicio, “tenían unos
salarios que no eran competitivos”. Cuando escucho esta retórica siempre
recuerdo a un antiguo ministro de economía que afirmaba, sin sonrojo, que, tal
como estaban las cosas, al servicio público sólo se podrían dedicar los más
tontos de la promoción ya que sus salarios eran muy inferiores a los percibidos
en el sector privado. Sin embargo esos
tontos forman parte de ese todo que ha
vivido por encima de sus posibilidades.
Por ello es imprescindible revertir esta situación y
por ello recomiendo al lector que no
acepte el imperialismo de una ciencia tan problemática como la economía y que combatan su hegemonía por pura salud mental. ¿Cómo? Exigiendo a los
medios que consideren que la solvencia intelectual de los economistas para hablar del
Estado, de la soberanía, de los años treinta o del futuro de la civilización es
similar a la que tienen las otras ciencias sociales para hablar de los
intrincados problemas económico-financieros. Nadie pregunta a un antropólogo
por la Reserva Federal
norteamericana. No se entiende por qué se permite hablar a muchos economistas
de todo lo que ignoran.
Al revertir la situación ganaremos en
profundidad y en complejidad. Y evitaremos la situación lamentable de una vida política donde
se repiten los
dictados de los grandes expertos. Se pide a los políticos que lideren pero ¿cómo
van a temer capacidad de liderazgo si van perdiendo la conciencia histórica, al estar
colonizados por la inmediatez?
Volvamos a Ortega para
concluir. Ortega hablaba de la aurora de
una nueva razón, de la razón histórica que permitiría ver que lo que hoy
tenemos por eterno es mudable, y ya que el hombre no tiene naturaleza tiene
historia. ¿No sería bueno pensar en qué momento histórico nos encontramos y
ubicarlo en un relato más complejo, más matizado, más profundo de lo que ha
significado el siglo veinte?
Si el terrorismo de los
laboratorios había condicionado la ciencia y el pensamiento del siglo
diecinueve y había hecho contraerse a la Filosofía , la contracción que se está produciendo
de las ciencias sociales es tan brutal
que o luchamos contra este nuevo imperialismo o al final las peores predicciones
se harán realidad y desaparecerán la
democracia, el Estado nación y la soberanía, los derechos económico-sociales y
las garantías laborales, las conquistas civilizatorias y los nuevos derechos de
ciudadanía y todo ello ocurriría porque vamos naturalizando el espanto.
Es imposible que una reacción a este imperialismo de la
economía pueda venir única ni
principalmente del mundo de la política. Sólo con un nuevo saber científico-social será
posible entender lo que nos pasa y salir de esta situación donde estamos paralizados ante la eventualidad
aciaga de lo que nos puede pasar.
Cuando uno no puede
tomar directamente una colina debe dar un rodeo y comenzar dando la
palabra a la filosofía y a las otras
ciencias sociales.
. Antonio García
Santesmases
Catedrático de Filosofía Política de la UNED.
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