18 diciembre 2011

Europa se equivoca de nuevo

Juan Francisco Martín-seco

Dice el antiguo adagio griego que aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco. Según esto, parece que los dioses se han puesto en contra de los pueblos europeos y conspiran para arruinarlos, ya que sus dirigentes han enloquecido. Buena muestra de ello es la última cumbre celebrada en Bruselas. Cuando el estancamiento, si no la recesión, se asoma a la economía de Europa los gobiernos por toda solución se confabulan para endurecer los ajustes y cerrar cualquier salida que no pase por el déficit cero.
La locura, la hybris, ha estado presente, al menos desde el Acta Única en todo el proyecto europeo. Sus dirigentes han intentado lograr lo imposible, al tiempo que trufaban de ideología neoliberal toda la teoría económica. En su soberbia, descalificaron las advertencias que venían del otro lado del Atlántico atribuyéndolas al miedo que causaba en EE UU una moneda europea capaz de competir con el dólar, y acallaron y despreciaron por todos los medios a su alcance las pocas voces que nos manifestamos contrarias en el interior, colocándolas en el saco de lo políticamente incorrecto, a pesar de que los razonamientos económicos más elementales indicaban que una unión monetaria sin unión política y fiscal a medio plazo estallaría llena de contradicciones.
En Maastricht y en todo el recorrido posterior se fijaron como objetivo, con el fin de construir la Unión Monetaria, la convergencia nominal entre las economías de los países, despreciando y pasando por alto la convergencia real, y, a la hora de diseñar un banco central, prestaron atención exclusivamente al control de la inflación y se olvidaron del crecimiento. La hybris una vez más les cegó y no percibieron que los fracasos de los dos intentos realizados para construir un sistema de cambios fijos (Serpiente Monetaria y Sistema Monetario Europeo) eran señales inequívocas de a dónde les podía conducir la Unión Monetaria si persistían en su error.
Llevados por el odio hacia lo público, en el mal llamado Pacto de Estabilidad y Crecimiento, atendieron únicamente al déficit y a la deuda pública, y no quisieron considerar que la variable importante –tal como entonces algunos ya dijimos- es el saldo de la balanza por cuenta corriente. Es el déficit y el endeudamiento exterior los que son peligrosos, bien tengan un origen público o privado.
Al crear en 1944 en Bretton Woods el sistema monetario internacional (sistema de tipos de cambio fijos), no tuvieron ninguna duda de que era el déficit de la balanza de pagos la variable relevante a efectos de mantener equilibrado el sistema. Keynes, con buen criterio, fue más allá y defendió que no fuesen únicamente los países deficitarios los obligados a las correcciones sino también todos aquellos que presentaban superávit, lo que sin embargo no fue aceptado por EE UU, país entonces con fuerte superávit en su balanza de pagos, pero que sí constituye un claro requerimiento a la actual Alemania.
Hoy, tímidamente, hay quien se atreve, incluso en las más altas instancias de los organismos comunitarios, a sugerir que el factor desestabilizador es el déficit de la balanza por cuenta corriente, aunque tales planteamientos, tal como se ha visto, no han tenido ninguna plasmación en la última cumbre en la que los mandatarios europeos continúan poseídos por la locura y, pese a la crítica situación en que se encuentra la eurozona, siguen impertérritos pendientes exclusivamente de la estabilidad presupuestaria, colocando más y más corsés a los países. Tal comportamiento solo puede producir un resultado: estrangular las economías. Y así lo están reconociendo los mercados.
La pasada reunión de jefes de Estado y de Gobierno se ha presentado como una ocasión decisiva en la que se jugaba el ser o no ser de la eurozona, y a pesar del triunfalismo con el que todos los gobiernos han revestido sus conclusiones, lo cierto es que no se ha dado ni un solo paso en la buena dirección, ni siquiera se acordó aquello que parecía más urgente y más inmediato y que podía calmar a los mercados, el anuncio de que el BCE estaba dispuesto a comprar toda la deuda soberana necesaria para equilibrar los tipos de interés.
Las medidas acordadas empeorarán aún más la situación de la economía y van a incrementar las contradicciones de la Unión Monetaria. A los Estados se les está privando de todo mecanismo de defensa. El mercado único les impide utilizar cualquier medida proteccionista frente a la invasión de productos extranjeros; el Acta Única, con la aceptación de la libre circulación de capitales, les veda la utilización de medidas de control de cambios; la Unión Monetaria les ha despojado de la moneda propia y por lo tanto de la posibilidad de devaluar la divisa, al tiempo que se les cierra el recurso a un banco central que les respalde. La situación de muchas de estas naciones es crítica y como única solución se les ofrece ahora un pacto por el que se les quita la capacidad de acompasar la corrección de sus déficits según las circunstancias y necesidades. A muchos de ellos, entre los que se encuentra España, se les está colocando una camisa de fuerza que ahoga sus economías y que ciega cualquier salida. Y todo ello sin que existan las contrapartidas necesarias: una Hacienda Pública única que pueda compensar los desequilibrios que el mercado único y la Unión Monetaria generan entre los distintos países. Se reclama a los Estados ceder soberanía, pero ¿a quién? ¿A organismos internacionales carentes de cualquier legitimidad democrática? ¿A Merkel y a Sarkozy? Es demasiado.

09 diciembre 2011

El discurso falaz de Merkel

Juan Francisco Martín Seco
Sarkozy, no contento con refundar el capitalismo, ahora quiere refundar también la Unión Europea. Echémonos a temblar. Algunas refundaciones dan miedo. Es mejor que nos dejen como estamos. Se ha puesto de moda afirmar que la Unión Monetaria no es viable sin unión fiscal, lo que resulta una verdad evidente. La pena es que muchos de los que ahora lo proclaman no lo hiciesen en su momento, antes de la creación del euro. Por ejemplo, Delors y todos los que componían el gobierno español cuando se aprobó el Tratado de Maastricht. Entonces ni siquiera se aceptó una armonización fiscal y, sin embargo, todos se mostraron exultantes y se conformaron con los raquíticos fondos de cohesión.
Me temo, sin embargo, que las palabras y el lenguaje se trastocan una vez más y se emplea la expresión unión fiscal de forma caricaturesca y distorsionada. Así lo hace, desde luego, la señora Merkel cuando la reduce al mero control del déficit público. ¿Cómo se puede hablar de unión fiscal si los países tienen sistemas impositivos totalmente diferentes, con exenciones, deducciones y tipos divergentes, y juegan entre ellos al dumping fiscal? Además, aun cuando se lograse la armonización, estaríamos muy lejos todavía de ser unión fiscal. La armonización debería haber sido un paso ineludible antes del Acta Única y de haber aceptado la libre circulación de capitales, pero resulta insuficiente tras la Unión Monetaria. Ante las divergencias en las economías reales y la imposibilidad de devaluar, se precisa una Hacienda Pública común capaz de asumir una adecuada función redistributiva entre las regiones, y un presupuesto comunitario cuantitativamente significativo equivalente al de cualquier Estado, con potentes impuestos propios y con capacidad para atender los gastos y las prestaciones sociales de toda la Unión.
Una verdadera unión fiscal es la que se ha realizado entre las dos Alemanias, por cierto financiada en buena parte por el resto de la Unión Europea. Claro que no es esta la unión fiscal que Merkel propone, ni la que está pensando para Europa. Nunca aceptaría una transferencia de recursos tan importantes entre países ricos y pobres como la que se seguiría de tal integración. Pero sin esta unión fiscal, la Unión Monetaria deviene imposible porque lo que ahora se está produciendo es una transferencia de fondos -quizá de cuantía similar- en sentido inverso, transferencia a través del mercado, opaca y encubierta, pero no por eso menos real. El mantenimiento del mismo tipo de cambio entre Alemania y el resto de los países empobrece a estos y enriquece a aquella; genera un enorme superávit en la balanza de pagos del país germánico mientras que en las de las otras naciones se genera un déficit insostenible. Se crea empleo en Alemania y se destruye en los demás países miembros.
En contra de lo que se cree, no son Alemania ni los demás países del norte los paganos de esta situación. No han avalado por un euro más que lo que les corresponde proporcionalmente a su tamaño, es decir, exactamente igual que Francia, España, Italia, Bélgica, etc. A los países rescatados (más que rescatados, hundidos) tales como a Grecia, Irlanda o Portugal, tampoco se les ha regalado nada, se les ha prestado el dinero a un tipo elevadísimo, y todo ello a cambio de perder la soberanía popular y por la única razón de que el BCE, por la presión de Alemania, no actúa como un verdadero banco central.
No, Alemania no es la pagana, sino la beneficiaria y receptora de fondos. En primer lugar, porque, gracias a tener atados de pies y manos a los otros países, se está financiando a un tipo privilegiado, que tiene como contrapartida las altas tasas de interés que los demás tienen que pagar. En segundo lugar y principalmente, porque, al mantenerse fijo el tipo de cambio, la economía alemana gana competitividad mientras que el resto de los países la pierden. Los problemas no provienen de los dispendios y derroches de los países del sur como quiere hacer ver la canciller alemana, sino de las implicaciones previsibles de un proyecto contradictorio e insensato, la Unión Monetaria.
Lo que resulta más sorprendente es la postura de los gobiernos del resto de los países comenzando por Francia, que han asumido, en una especie de síndrome de Estocolmo, los planteamientos alemanes que conducen a sus economías al abismo; y aun más sorprendente si cabe la de todos esos comentaristas españoles que dicen ponerse en el lugar de Alemania y mantienen la tesis de la prodigalidad de los países del sur. Lo menos que se puede decir de los bancos españoles, irlandeses o italianos es que han actuado de forma irresponsable, pero no más que los alemanes o los franceses.
Publicado en Republica

02 diciembre 2011

Proyecto, personas y estatutos. Ante el próximo Congreso Federal del PSOE

Julio Rodríguez López [1]

 Las elecciones generales  del  20 de noviembre  y los resultados de las mismas son ya historia. La victoria del Partido Popular y el ascenso de Mariano Rajoy a la presidencia del gobierno se deben sobre todo al abrupto retroceso del  15% en  los votos obtenidos por el  PSOE respecto de 2008,  4,3 millones de votos menos.  El voto socialista retrocede en España  desde las elecciones autonómicas de Cataluña del otoño de 2010. Nada garantiza que se detenga la tendencia a la baja de dicho voto, como viene sucediendo desde hace tiempo en  las comunidades autónomas de Madrid y Valencia.  Un resultado tan adverso exige cambios  importantes en el PSOE, tanto en el proyecto (que  es lo que se quiere para la sociedad)  como  en los dirigentes (quien  va a defender dicho proyecto).
  Junto a la crisis económica, que se  prolonga desde el verano de 2007,  abundan  las razones que han conducido al resultado electoral de los socialistas españoles en  2011. Es evidente que el retroceso del empleo y el aumento del paro, la perdida de nivel de vida y, sobre todo,  la presencia de unas expectativas pesimistas  de futuro,  no favorecen al partido en el gobierno. La calidad de la gestión de la crisis económica, que se hizo más rigurosa desde mayo de 2010,   y el tratamiento de la cuestión territorial,  aparecen como algunos de los más destacados “puntos débiles” de la actuación del gobierno socialista entre 2004 y 2011.
  Para hacer frente al futuro, para frenar la citada hemorragia de votos, para contribuir al mejor gobierno de España, el PSOE debe de embarcarse en algo más que en un simple cambio de líder. El nuevo liderazgo deberá de acompañarse de un programa  político sustancialmente actualizado.  El proyecto socialdemócrata debe de contar con un  amplio movimiento político detrás  y no quedarse en  un simple referente  vacío de contenido.  Los socialistas deben de establecer canales más fluidos de comunicación con la sociedad. Se debe de prestar atención  no solo al proyecto, sino también al propio partido, del que depende de forma sustancial  la forma bajo la cual se defiende el proyecto ante la sociedad.  
 La realidad de la globalización ha supuesto un aumento general de la competencia a nivel mundial. Una amplia oferta de mano de obra ha llegado a los mercados de trabajo, lo que supone un reto creciente a las condiciones de vida de amplios estratos de población en los países desarrollados. La realidad del cambio medioambiental pone de manifiesto la dificultad de resolver el problema económico mediante el logro de mayores ritmos de crecimiento. Es evidente que  las circunstancias han cambiado, que deben de actualizarse los instrumentos de gobierno. Sin embargo,  los objetivos tradicionales de los socialdemócratas, especialmente la igualdad en la libertad, no han variado, lo que habrá que tenerse en cuenta a la hora de actualizar el proyecto. Un gobierno socialista debe de comprometerse a invertir la fuerte tendencia actual hacia la desigualdad.
   Se ha dicho que el  programa electoral  de 2011 debe de servir de base al nuevo proyecto del  partido  socialista. Es evidente que dicho programa incluye textos aprovechables para  dicha finalidad. Sin embargo, una cosa fue el proyecto dinámico que defendió el candidato socialista, Alfredo Pérez  Rubalcaba,  en las pasadas elecciones,  y  otra cosa es el contenido efectivo del  programa en cuestión.  Este último  puede no ilusionar a futuros votantes socialistas, al   dejar  sin respuesta  a numerosos problemas que ahora se dejan sentir en España. Ejemplos de lo anterior son las soluciones a la cuestión de las ejecuciones hipotecarias  a los hogares en España, la conveniencia de clarificar el papel del Instituto de Crédito Oficial (ICO)  como agencia financiera del gobierno,  ante la creciente concentración bancaria que va a tener lugar,  lo poco funcional que resulta el hecho de que el gobierno de España no tenga nada que decir en materia de planeamiento territorial.
  Sin ir muy lejos,  en la vecina Francia, a título de ejemplo, las decisiones más relevantes en  materia de urbanismo se deciden en  una dirección general del gobierno de París.  Resulta sumamente difícil  en España impulsar el cambio de modelo productivo dejando en manos de los 8.200 ayuntamientos, corregidos por las autonomías,  la decisión sobre el destino del suelo. El proyecto socialista  tiene que tocar dicha cuestión, ausente del programa electoral citado.
Conviene asimismo clarificar las ideas ante la difícil situación del proyecto europeo. Desde el verano de 2011 la situación de la Eurozona se ha complicado de forma sustancial. La especulación de los mercados  contra la deuda pública se ha extendido  a la deuda de Italia y España. El gobierno alemán insiste en que la crisis de la deuda pública  de la Eurozona es una cuestión de escasa voluntad política de los gobiernos para hacer las reformas imprescindibles. Pero  la introducción de programas de ajuste presupuestario, de forma más o menos simultánea en un conjunto significativo de países,  puede conducir  a un serio estancamiento de la economía de la Eurozona.
 Nada que objetar a los posibles candidatos al puesto de secretario general del PSOE que están en la mente de todos. Pero no estaría de más que apareciese algún candidato adicional. Es importante que tales candidatos expliquen qué  proyecto de gobernanza tienen  para España. Por otra parte, desde septiembre de  1979,  a los congresos federales del PSOE acuden militantes del partido resultantes de una elección de segundo nivel. Los militantes socialistas eligen primero en las agrupaciones delegados a los denominados “congresillos” provinciales, de los que salen elegidos los delegados definitivos al congreso. Dicho proceso favorece la presencia de los dirigentes que controlan las estructuras provinciales y regionales del partido, lo que facilita el continuismo general. Esta forma de elección de delegados, que se aprobó en el  Congreso Federal de mayo de 1979, debe de actualizarse, favoreciendo la elección por parte de  todos los militantes  y simpatizantes socialistas. 
[1] Julio Rodriguez López es militante de la Agrupación Socialista de Pozuelo de Alarcón (Madrid) desde 1976.