29 junio 2012

El imperialismo de la economía


        Antonio García Santesmases*
                      Es conocida la afirmación de Ortega de que el gran problema para la filosofía de su tiempo venía del imperialismo de la física. Ortega hablaba así en 1.929: “ … la vida intelectual ha padecido durante casi cien años lo que pudiera llamarse  el terrorismo de los laboratorios. Agobiado por tal predominio el filósofo se avergonzó de no ser físico. Como los problemas genuinamente filosóficos no toleran ser resueltos según el modo el conocimiento físico, renunció a atacarlos, renunció a su filosofía contrayéndola a un minimum, poniéndola humildemente al servicio de la física”
                    Invito al lector a que sustituya Física por Economía y Filosofía por Ciencias sociales y podrá observar hasta que punto el Tema de nuestro tiempo( por seguir con Ortega) es el absoluto predominio de los economistas a la hora de analizar los problemas sociales. La diferencia entre la atención que la opinión pública, y la opinión publicada ,dedica a la opinión de los expertos en política económica  frente  a las reflexiones aportadas por sociólogos, politólogos, o historiadores  es realmente impresionante. No se puede decir que los medios no dediquen atención a las consideraciones de todos estos científicos sociales pero su aportación es minúscula en contraste con los juicios que emiten las distintas escuelas del pensamiento económico. Por este camino no es extraño que la crisis económica vaya unida a una crisis de confianza que va aumentando por momentos. No es ya que no se acabe de ver la  fiabilidad científica de la economía es que, aun en el supuesto de que el diagnóstico gozara de credibilidad, se ha perdido toda perspectiva global a la hora de enjuiciar los problemas.
            El lector de los medios asiste apabullado a una cantidad ingente de información acerca de la competitividad económica, el déficit, la prima de riesgo, la deuda pública, la política fiscal, los eurobonos, la reserva federal, o el rescate. Pasada la avalancha económica, pasa a las páginas de sociedad donde se encuentra a menudo con un cantante, una actriz, o un novelista, al que se pregunta acerca del mundo actual y de los valores que lo rigen. De la avalancha económica pasamos a una efusión sentimental incontrolada donde los artistas más variopintos dan cuenta de sus buenos sentimientos, y muestran su repulsa al mundo existente, sin ofrecer- como es natural-  ninguna  salida a la situación.
               Entre los economistas que imponen la doctrina y los artistas que dan rienda suelta a sus sentimientos se encuentra los políticos  que ya no saben  que decir porque lo único claro es que lo que dijeron  ayer ya no vale hoy; que las promesas con las que ganaron  las elecciones deben ser olvidadas para atender a las nuevas obligaciones impuestas por los mercados. Entre el imperialismo “científico” de los primeros, la efusión sentimental de los segundos y la impotencia de los terceros se está produciendo, ante nuestros ojos,  un cambio de época donde día a día se está naturalizando el espanto.
               Como éste se va difundiendo por doquier, como ya no hay quien pueda negar las consecuencias sociales del paro, la pérdida de la cobertura de desempleo, el copago sanitario, la subida de las tasas académicas, el aumento de la pobreza o el incremento de la exclusión social, asistimos a una ultima forma de imperialismo : los mismos que no fueron capaces de predecir la crisis, los que se acomodaron al dictado de los mercados, se lanzan a hablar de todo lo que no saben, con absoluta y total alegría. Uno no  sabe si admirar más su prepotencia o su ignorancia.
                  Así tenemos a sesudos economistas   escribiendo  que estamos a un paso de volver a los años treinta; al día siguiente otros economistas  nos comunican que hay que despedirse definitivamente del Estado nación y de la soberanía, para concluir con los que afirman  que el sueño europeo se ha esfumado definidamente y  que hay que aceptar que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.
                     Si el que hablara, en lugar del economista imperial, fuera un  historiador medianamente sensato  probablemente nos diría que hay grandes diferencias entre un mundo en el que  el comunismo era una amenaza para el orden liberal y un mundo en el que el capitalismo se ha quedado sin enemigo. Por tanto argüir que estamos en una situación parecida a la de los años treinta, sin tener en cuenta este dato fundamental parece una afirmación cuando menos arriesgada:  ¿cómo vamos a repetir el siglo de los extremos si uno de los extremos ha desaparecido?
                  En relación al Estado y a la soberanía cualquier politólogo solvente  nos diría que es difícil pensar que pueda subsistir la democracia si se transfieren la soberanía a un orden económico no democrático. La democracia dentro del Estado nación es limitada, escasa o reducida, pero  fuera, hoy por hoy, es inexistente. Por ello asumir, sin más, el diagnóstico del   economista imperial  que nos habla de la necesidad de abandonar cualquier ilusión de autonomía en un mundo globalizado, significa simple y llanamente cavar la propia tumba.
                Vayamos con el tercer mensaje; un mensaje  que nos repiten un día sí y otro también: “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” La pregunta de cualquier sociólogo es obvia: ¿quién ha vivido de una forma desmesurada?; ¿todos?; ¿ unos más que otros? Cualquier analista social  trataría de contestar a esta pregunta analizando la evolución de la riqueza y de la pobreza en el mundo actual. Estaría interesado por  conocer el incremento patrimonial de grandes propietarios que lanzan al paro a profesionales, empleados y trabajadores porque, a su juicio,  “tenían unos salarios que no eran competitivos”. Cuando escucho esta retórica siempre recuerdo a un antiguo ministro de economía que afirmaba, sin sonrojo, que, tal como estaban las cosas, al servicio público sólo se podrían dedicar los más tontos de la promoción ya que sus salarios eran muy inferiores a los percibidos en el sector privado.  Sin embargo esos tontos forman parte de ese todo que   ha vivido por encima de sus posibilidades.
                   Por ello  es imprescindible revertir esta situación y por ello  recomiendo al lector que no acepte el imperialismo de una ciencia tan problemática como la economía y  que  combatan su hegemonía  por pura salud mental. ¿Cómo? Exigiendo a los medios que consideren que la solvencia  intelectual de los economistas para hablar del Estado, de la soberanía, de los años treinta o del futuro de la civilización es similar a la que tienen las otras ciencias sociales para hablar de los intrincados problemas económico-financieros. Nadie pregunta a un antropólogo por la Reserva Federal norteamericana. No se entiende por qué se permite hablar a muchos economistas de todo lo que ignoran.
                     Al revertir la situación ganaremos en profundidad y en complejidad. Y evitaremos la  situación lamentable de una vida política donde se  repiten    los dictados de los grandes expertos. Se pide a los políticos que lideren pero ¿cómo van a temer capacidad de liderazgo  si  van perdiendo la  conciencia histórica, al  estar  colonizados por la inmediatez?
                      Volvamos a Ortega para concluir.  Ortega hablaba de la aurora de una nueva razón, de la razón histórica que permitiría ver que lo que hoy tenemos por eterno es mudable, y ya que el hombre no tiene naturaleza tiene historia. ¿No sería bueno pensar en qué momento histórico nos encontramos y ubicarlo en un relato más complejo, más matizado, más profundo de lo que ha significado el siglo veinte?
                      Si el terrorismo de los laboratorios había condicionado la ciencia y el pensamiento del siglo diecinueve y había hecho contraerse a la Filosofía, la contracción que se está produciendo  de las ciencias sociales es tan brutal que o luchamos contra este nuevo imperialismo o al final las peores predicciones se harán realidad y desaparecerán  la democracia, el Estado nación y la soberanía, los derechos económico-sociales y las garantías laborales, las conquistas civilizatorias y los nuevos derechos de ciudadanía y todo ello ocurriría porque  vamos naturalizando el espanto.
                     Es imposible  que una reacción a este imperialismo de la economía  pueda venir única ni principalmente del mundo de la política.  Sólo con un nuevo saber científico-social será posible entender lo que nos pasa y salir de esta situación donde  estamos paralizados ante la eventualidad aciaga de lo que nos puede pasar.
                     Cuando uno no puede tomar  directamente una  colina debe dar un rodeo y comenzar dando la palabra a la filosofía y a  las otras ciencias sociales.                 
.                                                 Antonio García Santesmases
                                                Catedrático de Filosofía Política de la UNED.